jueves, 29 de agosto de 2013

Filósofos en el patíbulo

Por José Manuel Rodríguez Pardo (Esp.), Doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo.

El filosofar ha sido una actividad peligrosa a lo largo de la Historia

Pese a que la filosofía académica surgió en los orígenes de la civilización que compartimos todos, ligada a las ciencias y a sus problemas fundamentalmente, la actividad política que también aborda el saber filosófico (un saber desarrollado en el ágora, en la esfera pública) ha resultado ser siempre un tema muy polémico. Los filósofos, en tanto que han sometido a crítica desde perspectivas muy diversas las ideas aceptadas socialmente en una época determinada, han sido considerados elementos peligrosos o subversivos, a neutralizar.

José Manuel Rodríguez Pardo. Foto de Google Image
El primer ejemplo de esto que afirmamos es la forma en que se trató a Sócrates en la Atenas clásica,
según nos relata Platón en diálogos suyos como la Apología de Sócrates y el Critón. Todo por haber descubierto algo tan simple como que ni él ni nadie sabía realmente nada; pero Sócrates fue ante todo el ejemplo de ciudadano virtuoso: prefirió seguir en Atenas y morir como ciudadano (tomó voluntariamente la cicuta que se usaba para las ejecuciones) dentro de las leyes atenienses, que exiliarse y vivir como extranjero el resto de su vida. Reconoció que sólo se puede ser libre respetando las leyes, pues como dijo Heráclito éstas son más fuertes que los muros de la ciudad. Aristóteles, ya en el contexto del Helenismo que contribuyó a forjar al educar a Alejandro Magno y a toda su generación, también hubo de sufrir persecuciones mientras permaneció en Atenas, no sólo por estar ligado a los macedonios, sino por sostener que Dios era en realidad un motor inmóvil que nada tenía que ver con el mundo; el Filósofo por antonomasia, ya en plena decadencia de la polis, no murió al igual que Sócrates como ciudadano, pues era extranjero, sino que se exilió para evitar que los atenienses cometieran un nuevo crimen contra la Filosofía. 

Sin embargo, tanto Platón como Aristóteles, el platonismo como el aristotelismo, influyeron de manera decisiva en la conformación de nuestro mundo, tanto que sin ellos tramos enteros de la Historia Universal serían incomprensibles; concretamente, ni la Edad Media ni el Renacimiento serían comprensibles sin las doctrinas de estos dos filósofos, pese a que en su época fueron considerados impíos y subversivos respecto a la sociedad existente. Parece que se cumpliera aquello que dijo el Padre Feijoo al prologar su Teatro Crítico Universal en 1726: «En caso que llegue a triunfar la verdad, camina con tan perezosos pasos la victoria, que el Autor mientras vive sólo goza el vano consuelo de que le pondrán la corona de laurel en el túmulo».

Si bien durante los tiempos medievales y modernos poner en cuestión determinadas ideas aceptadas socialmente (como la existencia de Dios) podía suponer la ejecución del filósofo, pronto fue inventado un mecanismo más sutil pero sumamente efectivo: quemar «en efigie» al autor. Como diría Freud, la humanidad progresa sutilmente: si hoy queman los libros, en otras épocas hubieran quemado a los autores. Y, de hecho, los filósofos comenzaron a ser quemados «en efigie»: Juan Teófilo Fichte fue expulsado de la Universidad de Jena en 1799 al ser acusado de ateísmo (pese a que en realidad la Idea de Dios fichteana era «el destino del sabio», un ideal que no existe con nosotros pero que se desarrolla como un imperativo del ser humano). 

Incluso en tiempos democráticos, considerados por muchos como el Fin de la Historia, los filósofos siguen siendo quemados en efigie: en España, Gustavo Bueno, autor de un potente sistema filosófico y también conocido por su actividad polémica en televisión, fue expulsado en 1998 de la Universidad de Oviedo, apelando a un burdo formalismo burocrático: pese a que se había jubilado en 1989, con 65 años de edad, se le apartó de la docencia con un nuevo reglamento ad hoc, que le jubilaba de nuevo con 70 años de edad y le desposeía de su cátedra emérita.

La última lección en la Universidad de Gustavo Bueno, ofrecida de manera informal en las escaleras de la Facultad de Filosofía, ante un auditorio que desbordaba el improvisado lugar, tuvo el mismo aire de la Apología de Sócrates: la reconstrucción de la actividad filosófica y el destino del filósofo, condenado y traicionado por sus supuestos compañeros de gremio, desdeñosos y envidiosos de sus apariciones públicas, encerrados en una filosofía de profesores y para profesores condenada a su muerte burocrática.  Sin embargo, Gustavo Bueno ha seguido filosofando a través de la Fundación que lleva su nombre, una institución privada al modo de lo que fue la Academia de Platón, dedicada al cultivo de la actividad filosófica, sin las trabas y prejuicios academicistas. Bueno ha seguido siendo «quemado en efigie» por muchos guardianes de lo políticamente correcto, que son legión en España, pero con ello no han sepultado su obra sino que la han situado en contexto, como verdadera filosofía crítica ante los problemas de nuestro tiempo.

viernes, 23 de agosto de 2013

Estudiante de Filosofía presenta su nuevo libro


Eduardo Quintana, estudiante del 4º Curso de la carrera de Filosofía FFUNA comentó su libro "Preguntas mal hechas" el jueves, 22 de agosto, en el auditorio CEPB - FFUNA. El evento tuvo lugar en el Día 3 de la Semana de la Carrera de Letras. El coordinador de la carrera Miguel Àngel Samuel Fernández acompañó la actividad en presencia de profesores, estudiantes, coordinadores de otras Carreras y el público en general.

Para más detalles, clic aquí

lunes, 12 de agosto de 2013

Ensayo sobre el pensamiento teológico de la fe, expresada a través del comportamiento existencial

Por Diego Arias, Egresado de la carrera de Filosofía FFUNA

"La 'FE' es la fuente de la realidad, porque es la 'VIDA', creer es crear. La 'FE' no es creer lo que no vimos, sino crear lo que no vemos"... Miguel de Unamuno.

Los teólogos insisten en que la sabiduría de Dios consiste en enviar a su pueblo profetas y apóstoles, los cuales a su vez clasifican al conocimiento y la existencia en:
Espiritual: es la tierra de aflicción, de agonía de muerte…
Natural: es la tierra fértil de explosión de vida

Sus pensamientos, acerca del hombre, en relación a Dios, básicamente, consisten en que, no existe la libertad, en ninguna de las formas, si la libertad no viene del espíritu.

La libertad en el espíritu es la restauración que viene del interior por medio del espíritu, profesan, que debemos, arroparnos en las cosas espirituales y eso nos permitirá identificarnos, entonces, en el espíritu, el conocimiento es igual a la aplicación, de la misma forma que, la identidad es igual a la autoridad.

La aplicación es la salvación del espíritu, es decir, su libertad, es el verdadero paso de fe, es sabiduría y amor de Dios. La aplicación de los hábitos espirituales, nos otorga la madurez, es el manto profético y apostólico, el que nos cubre y reduce nuestras cargas.

El retiro estratégico de la vida en común, es cuando vamos adjuntando estatutos morales, realizando un borrador de nuestros cimientos espirituales, y declarando así la victoria, al propósito natural de la revelación; es el paso profético de la restauración apostólica.

Afirman que la autoridad que pueda darte el hombre o la religión jamás igualara a la autoridad que te dará la fe, esto es, en el ensanchamiento del pensamiento y de esa manera vamos experimentando en Dios los cambios según las revelaciones otorgadas por la divinidad, pero para eso, hay que procurar llevar y direccionar el ensanchamiento del pensamiento, el cual, administra la envestidura según el tiempo establecido por las conexiones del conocimiento y la existencia.

Para  los teólogos, los pensamientos, son reales, cuando alimentamos la mente a través de la fe, creen que es más fácil recibir la verdad por fe a los mundanos y paganos que a los mismos religiosos ortodoxos, entontes piensan que Dios no elimina lo que has aprendido sino que convalida lo que has adquirido.

Durante la edad media, se creía, que el resultado de casi todos los eventos terrenales era decidido por ángeles, ya sean luminosos u oscuros.

Algunas personas creen que la religión comenzó en las culturas primitivas como modo de explicar fenómenos naturales, el fuego, el viento, la lluvia, el trueno, crearon un Dios para cada cosa, uno creería que la ciencia haría obsoleta a la religión, pero no lo hizo.
Sin embargo, muchas personas piensan que la religión es un consuelo, la gente usa a Dios como excusa para muchas cosas, aunque, solamente porque crean en alguna teoría delirante no significa que su fe sea menos real, pero si la fe hace que la gente hagan cosas delirantes ¿Cuál es el sentido de tenerla? Es la naturaleza humana, tenemos que creer en algo, la fe, lo pones sobre algo equivocado y te arruina, por ejemplo, hay costumbres o creencias en rituales, -animismo- donde las personas se entregan a un pacto, por la desesperación que les toca vivir, es cierto que todos cometemos errores, hacemos cosas que no deberíamos, pero somos solo humanos y Dios es una poderosa fortaleza, las personas sacrifican una parte de su vida para compensar otra, las personas normalmente hacen que parezca todo tan fácil, se conectan con otro ser humano; no puedes hacer que una cosa compense otra, aunque todos hacemos eso todo el tiempo, así es como el mundo funciona, intentamos hacer bien las cosas; es que todos queremos que la vida tenga algún tipo de significado, parece que cuanto mayores somos más lo buscamos, y es más difícil de encontrar, pero si nuestras vidas no tienen significado ¿Qué podemos dejar para aquellos a quienes queremos?

Las personas religiosas creen que la luz puede mantener a raya a la oscuridad, la pregunta es, si la oscuridad se define por la luz?, si es asi, la oscuridad no puede existir por su cuenta, por definición debe haber luz en alguna parte, esperando que la encuentren; mediante la fe, podemos comprender ambos caminos, comprendemos la oscuridad que hay en nosotros y ver la luz. Muchos héroes de la fe, han soportado sus fracasos, y se dice, que la gracia de Dios prevaleció también.

La mayoría de la gente, cree que tenemos libre albedrio, que todos elegimos nuestro camino, a veces, el camino es claro, otras veces no tanto, cada giro, cada desvió puede cuestionar nuestra dirección, pero son las decisiones que tomamos al llegar a una bifurcación en el camino las que definen quienes somos. En esencia, la naturaleza del ser humano, otorga a través del pensamiento, un poder, es decir, la posibilidad de hacer o no hacer, dicho de otra forma, la posibilidad de decidir, por ejemplo, el reflejo de esta decisión en el campo de la religión se encuentra en la fe, en el sentir y percibir, en el comportamiento, y sin embargo los hombres en general, somos cobardes ante la idea de Dios, esto porque descuidamos la consideración de que el inminente poder de la fe, es de relación y conciliación entre una unidad dividida que pueda concebirnos en la aceptación de lo que somos, parecemos y buscamos, y en el campo de la ciencia es una ley física, el que los elementos quieran unificarse, células individuales en un plato Petri se agitan violentamente hasta que se unen, y eventos en el universo que una vez parecieron aleatorios al final se revela que tienen una conectividad subyacente. Es cierto no es posible demostrar la existencia de Dios, como tampoco no es posible demostrar su no existencia, pero si es posible demostrar a través del comportamiento de las personas que hay una lucha constante entre la luz y la oscuridad en el mundo. Y si hay algo de cierto en esto, es que hay un Dios porque en cada uno de nosotros existe un poderoso sentido de bondad moral, pero honestamente cuando terminas de comprenderlo todo se trata de la fe, es algo que sientes no algo que puedas explicar, es muy difícil decirlo con palabras porque no tiene sentido. 

Del pensamiento teológico se puede decir que la gran conexión de la naturaleza y la providencia es una coincidencia, reflejada en el comportamiento de las personas,  y en función a la fe. Las coincidencias se pueden comprender cuando observamos a las personas experimentar la unión y la división, actúan como si estuvieran de acuerdo en que han llegado a un punto en donde ya no coinciden en lo que ambos creen sobre lo que les conviene a cada uno de las partes o viceversa. Sin embargo el concepto del significado de la palabra utilizada en el lenguaje diario de las personas, en relación al término de “coincidencias”, tiene varias acepciones; ahora, el contexto en el cual está basado el significado de las coincidencias interpretada en el comportamiento de las personas que se demuestran a través de la fe, es que, las personas, a conveniencia propia, van adaptando los hechos, hacia una verdad basada en suposiciones, es decir se deja caer al hecho mismo en una fantasía en la cual las personas se ajustan escapando a su realidad y a la vez se confunden con ella, y actúan como si no les importara, es como que se sienten conforme en convenir en una superposición y están de acuerdo en una idea, opinión o parecer sobre algo.

Es decir, las coincidencias se dan en la mentira, en la oposición, en la  fantasía de la imaginación, el revestimiento mítico es tan enorme y para nada bueno, y la fe es una conexión de estas grandes coincidencias que se encuentran hilados para y por un propósito natural y superior al entendimiento.

La fe es la habilidad de cambiar a través de las coincidencias que ofrecen las informaciones, el conocimiento y las experiencias, aunque no sea necesario que se explique los cambios del comportamiento en las personas porque resalta por sí sola y sale a la luz los detalles personales de cada persona, luego la crítica se encarga de añadirle las mentiras, las fantasías; y las coincidencias son el resultado de lo que las personas creen de los demás, es como que la fe cada uno la interpreta a su modo, es decir vivimos con las críticas, pero a veces, algunas personas, tienen, una respuesta para cada una de ellas.

Entonces la verdad antropológica tomada de la observación del comportamiento en las personas seria como una adaptación que se da en la naturaleza del conocimiento existencial, en un proceso de supervivencia y convivencia es, decir, adaptación y mezcla.

También es cierto que  una lógica, es decir un estudio lógico bajo premisas absurdas al igual que Hegel, no es que quiera comparar el brillante sistema hegeliano con este estudio preliminar sobre el comportamiento, más bien, me parece que estaría en una especie de acaecimiento, solo podríamos admitirlo, que no se pueda probar su validez, ni desaprobarla, no significa que no sería posible, todo lo que se puede hacer es escuchar el testimonio de quienes afirman que Dios es un ser que se encuentra en el equilibrio y en el balance natural de todas las cosas, es cierto que también podría ofender al sentido común de los entendidos, pero al igual que lo hizo en un principio la relatividad y la mecánica cuántica, y sin embargo funciono y se pensó que es así como funciona la naturaleza.

viernes, 2 de agosto de 2013

La Filosofía y el nuevo orden internacional: Enseñar Filosofía y enseñar a pensar

Por Celina A. Lértora Mendoza, Doctora en Filosofía. Conicet- FEPAI - Bs. As.

Es un tópico común hablar de “el nuevo orden internacional” aunque resulta difícil precisar los caracteres que lo perfilan. Descriptivamente y a nivel macro se habla al menos de los siguientes: globalización, orden jurídico post-estatal, multiculturalidad. Tampoco es fácil determinar en qué consiste cada uno. Toda esta terminología apunta a algo llamado “sistema mundo”, que intuitivamente percibimos como una realidad aunque nos resulte difícil decir qué es (como le pasaba a San Agustín cuando le preguntaban sobre el tiempo).

La globalización como fenómeno complejo admite al menos tres acentos: la unificación global (“sistema mundo”) de la actividad económica (“los mercados”); la unificación de la forma de producción científico tecnológica; la expansión global de la información interactiva (la revolución informática).

Las Doctoras Salvadora Giménez y Celina Lértora.
Durante Geonaturalia 2013
Fuente: Archivo de Eventos y Difusión FFUNA.
Con la expresión “nuevo orden jurídico internacional” designándolo como “post-estatal”, se quiere significar el fenómeno de la paulatina pérdida de la soberanía de los estados, por lo cual también se llama “etapa post-wesfaliana” (asumiendo que la paz de Westfalia fijó el orden jurídico internacional de soberanía estatal).

Con la expresión “multiculturalidad”  se expresa un fenómeno en cierto modo paradojal, la dispersión de “las culturas” en un marco de “globalización”.

Aunque insuficiente y desde luego discutible, la caracterización a partir de estas tres notas razonablemente descriptivas,  puede permitirnos entrar en la pregunta por el “lugar” de la filosofía en este panorama.

Como parte de la realidad que somos, parece que los filósofos debemos continuar haciendo, con esta nueva presencia real, lo que hemos hecho desde el comienzo: pensarla, interpretarla, dotarla de sentido, avizorar (o proponer) sus cambios. 

De más está decir que al hacer esto estamos asumiendo una visión de la filosofía propia de la etapa anterior y alguien podría alegar que lo correcto sería cuestionarnos si eso es válido. Creo que es un cuestionamiento aceptable.

Por lo tanto propongo que frente al tema que se nos plantea, hagamos, o intentemos hacer, dos cosas
1. pensarlo conforme a nuestros parámetros estándar
2. pensar qué esta sucediendo con “eso que llamamos filosofía” en esta realidad y eventualmente posicionarnos ante ella.

En este punto podemos intentar una caracterización descriptiva de qué es “filosofía”, es decir, cómo se visualiza la actividad y el producto llamado “filosofía”. Se visualiza sobre todo a través de: publicaciones (en sentido amplio) denominadas “filosóficas”, instituciones denominadas ídem: facultades, institutos, asociaciones; actividades: escribir lo que se publica como filosófico, lo que se hace en las instituciones: hablar sobre, enseñar, discutir.

Hay pues un campo, razonablemente acotado, de actividades y productos que pueden identificarse como filosóficos, aunque reconociendo que sus límites sean borrosos (es común la falta de acuerdo acerca de qué es “filosofía” en algún caso concreto, pero no en general). En este campo las personas, instituciones, actividades y productos están interrelacionados, encadenados en una especie de “cinta de producción”: las instituciones de enseñanza filosófica (profesorados, universidades) forman a los miembros del área, ellos trabajan casi siempre también en instituciones académicas (investigan, reflexionan), producen resultados que a su vez son objeto de estudio y análisis por las nuevas generaciones de cursantes en las instituciones. Es por lo tanto, un sistema que se realimenta a sí mismo, financiado por el sistema (público o de gestión privada) educativo y científico tecnológico. Este sistema admite y hasta fomenta algunas excursiones “ad extra” del círculo institucional filosófico (pero no fuera del sistema mismo): los dos casos más importantes son la enseñanza de la filosofía en carreras no filosóficas y la enseñanza en niveles no superiores. Fuera del sistema académico, aún hay algún espacio que puede ser ocupado por un filósofo: las comisiones interdisciplinarias que se ocupan de temas sociales, ambientales, sanitarios, etc.; la “asesoría filosófica” en ámbitos que la requieran (político, religioso, económico) y hasta el periodismo, una interesante forma de difusión y visibilización. Pero el eje de subsistencia es el propio sistema orgánico. Y es precisamente aquí donde los cambios que están dándose pueden afectar -y de hecho se aprecia que ya afectan- la vida filosófica tal como la hemos entendido a lo largo del siglo pasado.

En relación a estos campos, me parece  importante considerar dos puntos:
1- El “sujeto” del filosofar, es decir, quiénes harán filosofía en este mundo globalizado y a la vez culturalmente atomizado y disperso.

2- Cuáles serán sus temáticas. Durante mucho tiempo creímos adecuado enfrentarnos a “temáticas universales” (como la propia filosofía) hasta que la crítica postmoderna puso en cuestión el “pensamiento único” o “hegemónico”, y esto tocó fuertemente a la filosofía. Hoy se buscan y se aceptan temáticas “situadas” con diversos  modos y grados de situacionalidad (de cultura, de género, de etnia, de lengua). Una propuesta que prendió rápidamente  en los años setenta  fue la propuesta de entenderla como situacionalidad  latinoamericana. Sigue siendo una aspiración incumplida.

Es fácilmente constatable que ahora (y desde los tiempos de nuestra “normalización” filosófica) los contenidos del pensamiento iberoamericano (así como los de otras regiones periféricas) no se han incorporado sino excepcionalmente al currículo académico,  aunque hay postgrados especializados en el tema y sin duda el número de tesis (de maestría y doctorado) sobre filósofos de nuestros países ha aumentado bastante. Pero de algún modo sigue siendo algo excepcional y en cierto modo ligado a la expresión de un pensamiento contestatario o alternativo. En este caso se produce una situación un tanto paradójica: el éxito de este tipo de pensamiento “revulsivo” determina su institucionalización y con ella la aceptación de cánones de producción y validación homogeneizados, que llevan rápidamente al debilitamiento de su fuerza original. Esto se ve claramente en la situación actual de la filosofía (y la teología) de la liberación. Por otra parte, esta situación ha sido observada en otros ámbitos de la cultura, como el arte.

Parece entonces, que la temática filosófica corre el riesgo de perder aquella creatividad revulsiva que –como decía Sócrates- operaba como un “tábano” sobre la sociedad y la cultura establecidas, sin lograr (ni tampoco probablemente quererlo) constituirse como un pensamiento único, un universal abstracto del “nosotros” humano. La atomización de los puntos de vista, de las situacionalidades, la apelación -sin duda valiosa- a la diferencia, llevan a una desarticulación cada vez más claramente perceptible del currículo filosófico que transitó victoriosamente, desde Aristóteles, la historia filosófica de Occidente. Sin pretender declamaciones apocalípticas, considero que este proceso es irreversible y que tenemos que replantear nuestras tareas filosóficas.

* *

Como conclusión de lo anterior y como propuesta concreta, planteo la enseñanza de la filosofía, en el futuro próximo (que se vislumbra ya en el Primer Mundo y que nos tocará pronto) como una respuesta a las nuevas modalidades del cultivo disciplinario en general: acelerado, segmentado, con rápida salida laboral, financiado en buena parte por intereses económicos, en constante modificación, con exigencia de permanente actualización y de titulaciones y post-titulaciones determinadas por los cambios en la producción y difusión del conocimiento profesional. 

La enseñanza de la filosofía se diferencia ya, y se diferenciará cada vez más, en dos ámbitos diversos: el propio y específico de las Facultades de Filosofía y el amplio campo de la enseñanza de la filosofía en otras áreas y niveles. Para estos, que no sólo serán mayoritarios sino que –a mi juicio- serán los que en definitiva terminen legitimando a la filosofía  como disciplina aceptable en el “nuevo orden del conocimiento”, es que propongo la enseñanza de la filosofía como la tarea de “enseñar a pensar” de acuerdo a lo que la sociedad actual y la inmediata futura nos proponen como un desafío diario: la capacidad de solucionar los problemas cotidianos, profesionales, personales y sociales (todos ellos siempre cambiantes y caóticos) con estrategias cognitivas y argumentativas adecuadas.

Enseñar a pensar

En primer lugar, quiero decir que  la propuesta pedagógica para los docentes de filosofía, de “enseñar a pensar”, no es algo en  sí mismo específico de esta disciplina. Observo que los docentes (al menos los buenos docentes) se preocupan por este tema desde cada una de las perspectivas disciplinares que cultivan. Al proponerlo en general y en especial para los docentes de filosofía, quiero significar que considero este ámbito curricular uno de los más adecuados, o hasta el más adecuado, para llevar a la práctica esa propuesta. 

-  Los docentes (tanto secundarios como terciarios y universitarios) suelen considerar que además de enseñar los contenidos específicos de sus materias, deben enseñar a sus alumnos a pensar creativamente. Por ello suelen preocuparse de imbuirles el estilo propio del pensamiento de sus disciplinas (matemático, físico, biológico, literario, histórico). Sin embargo, la mayoría de los alumnos que tienen presentes no van a ser propiamente científicos, sino profesionales, funcionarios, administradores, gestores, etc. Es decir, personas que deberán enfrentarse con problemas y desafíos de tipo teórico - práctico. 

- ¿Dónde, sino en la escuela (entendida en el amplio sentido de institución de enseñanza formal), pueden los jóvenes iniciarse en este difícil arte de resolver los problemas que el mundo nos propone?  La realidad es que enseñar a pensar creativamente los problemas cotidianos (que no por cotidianos son menos importantes) no parece ser objeto propio y específico de ninguna disciplina. Por lo tanto es una responsabilidad que comparten todos los docentes, y ellos con los padres y otros formadores más o menos institucionalizados. Y también debería ser una responsabilidad de los niveles educativos informales, sobre lo cual habría mucho que decir.

- Para enfrentar este cometido, un docente debe en primer lugar planteárselo para sí mismo. Aquí entonces quisiera señalar un camino, sobre el cual yo misma he meditado reiteradamente. Este camino se articula en dos ejes: 1. El pensar tópico; 2. La estrategia de resolución de problemas. Quienes hemos estudiado filosofía tenemos la ventaja de poder analizar estas estrategias en sus fundamentos teóricos y trasmitirlas con toda la riqueza que dicho fundamento conlleva, evitando que la propuesta se transforme en un manual de “hágalo Usted mismo”.

- El pensar tópico. Desde Aristóteles, distinguimos dos tipos de saberes: los que llamó  científicos, que son apodícticos, universales, indubitables, y los que llamó “tópicos”, es decir opinativos, lugares comunes aceptados como criterios  de resolución de problemas y/o controversias por una sociedad determinada. Fue precisamente Aristóteles quien señaló que los conocimientos tópicos de ningún modo son despreciables (como en cierto modo decía Platón) y mucho menos son eliminables; es decir, no se convertirán en científicos  por aplicación de alguna metodología más estricta. La dimensión tópica u opinativa es esencial a la diversidad cultural humana. Y debemos aprender a respetarla.

Resulta significativo que las más modernas corrientes de  la lógica hayan incorporado este aspecto: por ejemplo la lógica argumentativa, la lógica de las creencias, la lógica de la relevancia, las lógicas que trabajan con conjuntos borrosos, la abducción. Estos estudios se hacen cargo de que las personas tienen un repertorio muy amplio de posibilidades de llegar a la solución de problemas, y que lo usan intuitivamente.

También los estudios sociológicos y politicológicos sobre modelos explicativos de las tomas de decisión, y el importante aporte de la teoría de los juegos, proporcionan elementos para comprender la realidad de los pensamientos y las decisiones individuales o institucionales.

Sin embargo, la filosofía académica y la enseñanza  de ella raramente han incursionado en este campo que, sin embargo, me parece de capital importancia en la actualidad y en un futuro próximo.

Considero que la mejor manera, si no la única posible, de trasmitir ideas y valores que consideremos relevantes para la humanidad, es la de incorporarlos como elementos subjetivos -pero exhibibles y eventualmente discutibles- de nuestros procesos cotidianos de asumir y resolver situaciones vitales. Por ejemplo: un médico con cierta inquietud ética (tal vez inconsciente y raramente tematizada) puede sentirse preocupado por la calificación moral de acciones propias o de colegas, las que impone el sistema, etc. Pero difícilmente esté en condición de abordar la ingente literatura bioética, que le parecerá una maraña inextricable en la cual se perderá sin llegar a nada concreto. Ante esa situación, si su calidad moral es buena, tratará de resolver el problema por cuenta propia, “según su leal saber y entender”.  Analizará el caso concreto eliminando los aspectos que le parezcan irrelevantes o poco importantes y tratará de buscar el centro, el nudo de su inquietud y tomar una decisión. De un modo intuitivo, está aplicando los principios de la lógica de la relevancia. Y si tiene convicciones personales fuertes (religiosas, ideológicas) tratará de ser coherente con ellas; en este caso su mente funciona como lo explica la lógica de las creencias. Pero probablemente no esté en condiciones de defender su decisión argumentativamente, frente a discursos más armados. La filosofía entendida como un aprendizaje del pensar propio, puede ayudarlo a ello.

Dígase lo mismo de un adolescente sumido en conflictos propios de su generación y grupo: si probar un porro o no, si tener una relación homo o heterosexual, etc.

Los elementos de esta comprensión respetuosa son:
1. Distinguir lo evidente de lo no evidente;
2. Distinguir lo que no siendo evidente, es posible, o creíble;
3. Evaluar los argumentos de credibilidad, porque el pensar tópico no es irracional;
4. Evaluar la calidad de los argumentos que se usan a favor de una u otra tesis.

Ejemplos de áreas de discusión tópica relevante: jurídicos, políticos, económicos, religiosos, de conveniencia personal (elección de carreras, de empleos, de pareja, etc.)

- La estrategia de solución de problemas. Decía Popper que la metodología científica no es una eliminación sino una superación, o un perfeccionamiento del proceder del sentido común. El sentido común procede de una manera metódica, aunque inconsciente y muchas veces no  completa. Este método, que llamó “del ensayo y el error”,  nos puede ofrecer algunas ideas interesantes en la tarea de enseñar a pensar, porque una manera necesaria de pensar bien es aprender a resolver problemas racionalmente (no por corazonada, impulso, costumbre, etc.)

Enseñar a resolver problemas racionalmente implica enseñar a:
1. Detectar clara y distintamente el problema;
2. Analizar sus elementos o componentes;
3. Ubicar claramente el objetivo de la solución: no se trata de proponernos resolver cualquier problema, sino que un problema es relevante cuando forma parte de un contexto a su vez relevante; ubicar un problema fuera de contexto es tornarlo irresoluble o de soluciones insatisfactorias y hasta contraproducentes;
4. Analizar las diversas alternativas de soluciones posibles en relación con el objetivo  y con el contexto problemático;
5. Imaginarse soluciones inesperadas, creativas,  alternativas de las habituales, aunque ello incluya (como muchas veces sucederá) una modificación en el planteamiento que incluso puede hacer desaparecer el problema mismo.

- Los alumnos de cualquier disciplina suelen considerar que el ámbito problemático de la misma está tan claramente delimitado que la solución se encuentra siempre de una manera mecánica. Por eso a veces insisten en realizar muchos ejercicios, más bien que en  entender de raíz el problema. Y a veces también los docentes, quizá sin quererlo, abonan esta idea. Con ello se produce un enorme desgaste de energías y  derroche de tiempo en relación a los resultados que finalmente se obtienen.  Y por eso mismo tampoco la disciplina, que finalmente estudian de memoria y como mera colección de conocimientos puntuales, les ayuda a pensar de una manera útil para su vida.

- La escuela no puede ser sólo el lugar donde se aprenden conocimientos científicos más o menos fundamentados y asimilados. La escuela es ante todo un lugar donde se aprende a vivir, a convivir, a crear un mundo mejor para todos. Por eso cada disciplina tiene su especificidad, que sin duda hay que salvaguardar, pero también un nexo -que el docente debe desentrañar- con esa totalidad socio-cultural a la que pertenece. Enseñar a pensar en la escuela es, a mi juicio, enseñar a ubicarse en esa totalidad y desde ella aprender a pensar argumentativa o tópicamente  y a solucionar racionalmente los problemas.

* *

Para terminar

Podemos enseñar filosofía reproduciendo los grandes autores del pensar universal y de modo también universal, estrategia que probablemente no conduce a nada más que erudición,  pero también podemos hacerlo de muchas otras maneras, en una gradación casi infinita hasta la “charla en la mesa de café”, que tampoco probablemente conduce a nada más que a pasar un buen rato.

Entre esas posibilidades, la idea de enseñar filosofía como el arte (el hábito) de pensar, plantear bien y resolver adecuada y creativamente los problemas, es una opción no desdeñable. Es cierto que el pensar no se reduce a resolver problemas, pero sin duda esta resolución ocupa su mayor parte, y desde luego la más imperiosa y urgente. La vida nos urge a resolver problemas. Precisamente una muy aceptada definición de inteligencia la califica como “capacidad de resolución de problemas”. En esta amplia concepción, no sólo los seres vivos, sino también las máquinas, resuelven problemas y son, de modo más o menos análogo, “inteligentes”. Pero hay muchas maneras de resolver satisfactoriamente problemas; el modo humano es abierto, indeterminado, susceptible de novedad y cambio, de búsqueda, en suma, de pensar creativo. Como es –o debería ser- la vida humana misma.

Enseñar a pensar así es un modo de enseñar a vivir y devolver a la filosofía el antiguo título que solía compartir con la historia: ser maestra de la vida.

¿Son filósofos los periodistas?

Por Eduardo Quintana, Estudiante del 4° Curso - Carrera Filosofía FFUNA

Hace unos meses, el filósofo español José Manuel Rodríguez Pardo visitó el Paraguay con el fin de presentar su libro de historia “La independencia del Paraguay no fue declarada en mayo de 1811”, despertando cierta polémica en algunos círculos académicos. Sin embargo, el pensador también motivó la discusión filosófica, especialmente en una charla dictada en la Facultad de Filosofía de la UNA. En aquella oportunidad, Rodríguez Pardo realizó un resumido, pero interesante esbozo de la filosofía española. 

Durante su intervención, indicó que hoy en día, los filósofos a veces se olvidan de hacer filosofía y este papel es retomado o recuperado por los comunicadores. El argumento principal radica en que los periodistas son los que están en contacto con el mundo real y son los que reflexionan acerca de los acontecimientos que se dan a nuestro alrededor. 


Sin dudas que periodismo y filosofía están muy unidos. Platón aseguraba que los verdaderos filósofos son aquellas personas a quienes gusta contemplar la verdad. Mientras que los filósofos la contemplan, los buenos periodistas intentan difundirla. Obviamente, hay diferencias abismales. El comunicador se centra en una parcela bien delimitada de la realidad, con matices locales y temporales, mientras que el pensador debe hacer que su trabajo o propuesta trascienda el día a día y pueda mantenerse más allá de una semana o un mes. 

Están unidas también porque las diversas teorías de comunicación tienen sustento filosófico. La búsqueda de la verdad, aunque resulte un trabajo pesado y hasta peligroso, en cualquier sentido, es uno de los pilares de ambas disciplinas. 

El trabajo del periodista consiste en indagar acerca de los acontecimientos presentes, sacar a luz una noticia de interés público, denunciar irregularidades de la comunidad donde se encuentre y defender “la verdad”. Mientras que la labor del filósofo es reflexionar sobre la realidad, en su totalidad, para algunos y aglutinando los saberes de los demás campos del conocimiento, para que pueda dar una alternativa de respuesta a preguntas inquietantes que no necesariamente son importantes en la actualidad. 

Jaspers nos dice que en filosofía son más importantes las preguntas que las respuestas. “Este sentido de la palabra ha persistido hasta hoy: la busca de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la filosofía, por frecuentemente que se la traicione en el dogmatismo, esto es, en un saber enunciado en proposiciones, definitivo, perfecto y enseñable. Filosofía quiere decir: ir de camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se convierte en una nueva pregunta”, nos plantea en ¿Qué es la filosofía?

Pero volviendo a la discusión, ¿hacen filosofía los periodistas? En un sentido estricto, y académicamente hablando, no. No se preocupan por establecer una metodología filosófica que les permita desarrollar conceptos o interactuar con pensadores de la época para corroborar si sus propuestas se corresponden con lo que pasa en el mundo. Sin embargo, hacen filosofía. Son ellos los que cubren la guerra civil en Siria y se enfrentan al hambre, a la postergación, al sufrimiento y a la muerte. Están cara a cara con la crisis económica y evalúan el comportamiento de los jóvenes con el alto índice de desempleo en la Eurozona.

Son los periodistas quienes investigan acerca de los casos de espionaje en los Estados Unidos y revelan de qué manera se comporta hoy el Leviatán, de qué manera el Estado o el contrato social se ven en crisis existenciales. Son los comunicadores los que hoy en día están al pendiente de los avances en materia de investigación en células madre o cómo va el trabajo del robot Curiosity en suelo marciano. Están en contacto con la realidad y por ello reflexionan acerca de las implicancias de todo lo que ocurre.

Estamos en un periodo donde el conocimiento se transforma diariamente, donde hay que definir puntualmente la información, donde la complejidad ha reemplazado a la simplicidad en mucho sentido. Son los periodistas quienes están pensando cómo cambia el globo y cómo interactúan los individuos. Mientras, en muchos círculos académicos, incluyendo el paraguayo, los filósofos no se animan a salir de la Torre de Marfil, que lo critica fundamentadamente Bunge en “Crisis y Reconstrucción de la filosofía”. Muchos pensadores no se animan a explorar la realidad material de la que estamos hechos y por ello tropiezan con juegos académicos ya inservibles o caen en discusiones bizantinas.

Este es el momento donde los filósofos deben replantearse su papel, no sólo académico, sino social. Deben rever posturas y hasta repensar sobre su labor. También los periodistas deberían pensar sobre su trabajo, darse cuenta que no solo transmiten información o procesan datos momentáneamente importantes, sino que a través de la comunicación también están proponiendo filosofía o incluso, la construyen.