jueves, 29 de agosto de 2013

Filósofos en el patíbulo

Por José Manuel Rodríguez Pardo (Esp.), Doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo.

El filosofar ha sido una actividad peligrosa a lo largo de la Historia

Pese a que la filosofía académica surgió en los orígenes de la civilización que compartimos todos, ligada a las ciencias y a sus problemas fundamentalmente, la actividad política que también aborda el saber filosófico (un saber desarrollado en el ágora, en la esfera pública) ha resultado ser siempre un tema muy polémico. Los filósofos, en tanto que han sometido a crítica desde perspectivas muy diversas las ideas aceptadas socialmente en una época determinada, han sido considerados elementos peligrosos o subversivos, a neutralizar.

José Manuel Rodríguez Pardo. Foto de Google Image
El primer ejemplo de esto que afirmamos es la forma en que se trató a Sócrates en la Atenas clásica,
según nos relata Platón en diálogos suyos como la Apología de Sócrates y el Critón. Todo por haber descubierto algo tan simple como que ni él ni nadie sabía realmente nada; pero Sócrates fue ante todo el ejemplo de ciudadano virtuoso: prefirió seguir en Atenas y morir como ciudadano (tomó voluntariamente la cicuta que se usaba para las ejecuciones) dentro de las leyes atenienses, que exiliarse y vivir como extranjero el resto de su vida. Reconoció que sólo se puede ser libre respetando las leyes, pues como dijo Heráclito éstas son más fuertes que los muros de la ciudad. Aristóteles, ya en el contexto del Helenismo que contribuyó a forjar al educar a Alejandro Magno y a toda su generación, también hubo de sufrir persecuciones mientras permaneció en Atenas, no sólo por estar ligado a los macedonios, sino por sostener que Dios era en realidad un motor inmóvil que nada tenía que ver con el mundo; el Filósofo por antonomasia, ya en plena decadencia de la polis, no murió al igual que Sócrates como ciudadano, pues era extranjero, sino que se exilió para evitar que los atenienses cometieran un nuevo crimen contra la Filosofía. 

Sin embargo, tanto Platón como Aristóteles, el platonismo como el aristotelismo, influyeron de manera decisiva en la conformación de nuestro mundo, tanto que sin ellos tramos enteros de la Historia Universal serían incomprensibles; concretamente, ni la Edad Media ni el Renacimiento serían comprensibles sin las doctrinas de estos dos filósofos, pese a que en su época fueron considerados impíos y subversivos respecto a la sociedad existente. Parece que se cumpliera aquello que dijo el Padre Feijoo al prologar su Teatro Crítico Universal en 1726: «En caso que llegue a triunfar la verdad, camina con tan perezosos pasos la victoria, que el Autor mientras vive sólo goza el vano consuelo de que le pondrán la corona de laurel en el túmulo».

Si bien durante los tiempos medievales y modernos poner en cuestión determinadas ideas aceptadas socialmente (como la existencia de Dios) podía suponer la ejecución del filósofo, pronto fue inventado un mecanismo más sutil pero sumamente efectivo: quemar «en efigie» al autor. Como diría Freud, la humanidad progresa sutilmente: si hoy queman los libros, en otras épocas hubieran quemado a los autores. Y, de hecho, los filósofos comenzaron a ser quemados «en efigie»: Juan Teófilo Fichte fue expulsado de la Universidad de Jena en 1799 al ser acusado de ateísmo (pese a que en realidad la Idea de Dios fichteana era «el destino del sabio», un ideal que no existe con nosotros pero que se desarrolla como un imperativo del ser humano). 

Incluso en tiempos democráticos, considerados por muchos como el Fin de la Historia, los filósofos siguen siendo quemados en efigie: en España, Gustavo Bueno, autor de un potente sistema filosófico y también conocido por su actividad polémica en televisión, fue expulsado en 1998 de la Universidad de Oviedo, apelando a un burdo formalismo burocrático: pese a que se había jubilado en 1989, con 65 años de edad, se le apartó de la docencia con un nuevo reglamento ad hoc, que le jubilaba de nuevo con 70 años de edad y le desposeía de su cátedra emérita.

La última lección en la Universidad de Gustavo Bueno, ofrecida de manera informal en las escaleras de la Facultad de Filosofía, ante un auditorio que desbordaba el improvisado lugar, tuvo el mismo aire de la Apología de Sócrates: la reconstrucción de la actividad filosófica y el destino del filósofo, condenado y traicionado por sus supuestos compañeros de gremio, desdeñosos y envidiosos de sus apariciones públicas, encerrados en una filosofía de profesores y para profesores condenada a su muerte burocrática.  Sin embargo, Gustavo Bueno ha seguido filosofando a través de la Fundación que lleva su nombre, una institución privada al modo de lo que fue la Academia de Platón, dedicada al cultivo de la actividad filosófica, sin las trabas y prejuicios academicistas. Bueno ha seguido siendo «quemado en efigie» por muchos guardianes de lo políticamente correcto, que son legión en España, pero con ello no han sepultado su obra sino que la han situado en contexto, como verdadera filosofía crítica ante los problemas de nuestro tiempo.

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